[Excerpt of the catalogue text, please read the document above for the whole text]
The End of Innocence
Pau Waelder
Translated from Spanish by AF
“You promised me colonies on Mars. Instead, what I get is Facebook”.
A disappointed Buzz Aldrin, talking to the reader from the cover of the MIT Technology Review [1] in the late 2012, summarizes with this sentence, the unexpected evolution of technology from the 60s to today. The astronaut from the Apollo XI mission, second person to walk on the Moon and the oldest of the dozen men who have walked on the lunar surface, represents a generation that experienced the power of technology and that dreamed with big challenges, from colonizing the solar system to eradicate world hunger.
The last moon landing took place in 1972, but since then the technology has become apparent in other more mundane areas. Computers are no longer huge machines in a few research centers in the world and are seen today as tools available to an increasingly broad segment of the population.
In the 80s and early 90s, the potential of personal computers and the Internet brought new promises of a better future, more connected and faster, thanks to the technological advances. The technological utopia of the 60s was renewed in the environment of the California counter-culture of the 80s. Computers would liberate people, as promised in the famous Apple ad in 1984 (“1984 will not be like 1984 [the dystopia imagined by George Orwell] “), both in terms of work and through a lysergic opening your mind: personal computers would be “the LSD of the 90s” in the words of Timothy Leary. [3]
This reborn confidence in technology occurs, therefore, to a different level that occurred in the 60s: the big changes do not produce a small number of large, complex machines that make the world a better place, but occur in the individual, in a change of consciousness and access to some tools and resources that were unimaginable a few decades ago.
It is not, therefore, a matter of living on another planet, but to be part of a society marked by the new information technologies, global communication systems and transport at high speed from one point of the planet to another. In this context ArtFutura began its career in 1990, participating in the international festival circuit in which they explore, year after year, the main innovations of the encounter between art, technology and society.
New topics are rapid: Virtual Reality, Cyberculture, Artificial Life, Robotics, and of course the rapid evolution of the Internet requires rethinking constantly the relationship between user and machine, between individual and society. The digital revolution promises to change the world, not through large and strategic steps taken by NASA, but in a turbulent and unpredictable way. The initial reaction is excitement. It invests on impulse in any new enterprise created on the World Wide Web, creating a bubble that explodes even before the turn of the century.
The first big disappointment of the Digital Promise, the bursting of the dotcom bubble in early 2000 does not prevent the technology to run its course quickly and is inexorably introduced in all aspects of daily life. Over the last decade, it has become clear our dependence on digital technologies and the progressive transformation of everything we do, say and produce in a constant flow of data. However, the future is not what was expected in the 60s: we do not move in flying cars (nor in electric cars), we are not served by domestic robots and we shouldn’t fear (for now) an artificial intelligence like HAL9000.
We do not have colonies on Mars, instead we have the NASA Curiosity Rover, joining the fashion of the selfies [4]. From this perspective, one could argue that we have passed from seeking greatness into banality, as denounced by Bruce Gibney in What happened to the Future?, manifesto of the group of technology investors Founders Fund “investment capital has stopped funding the future and has become a source of funding applications, devices and irrelevant junk.”[5]
The critics on the promises of the digital age are becoming more numerous, notably among those who have followed its evolution over the past decades. The psychologist Sherry Turkle, who in 1984 considered that “the question is not how the computer will be in the future, but how will we be? What kind of people are we becoming? “[6] concludes that digital devices are shaping us, changing the way we relate to others, so that “we search within the technology ways to build relationships and, at the same time, we seek to protect us from them. “[7]. Jaron Lanier, a pioneer in the development of Virtual Reality, warns in his book Who Owns the Future? [8] that the development of an economy based on free services on the Internet will tend to reduce the employment prospects of the middle class, as the servers of a few companies accumulate more and more data and users become unpaid information providers.
This year, ArtFutura, under the title The Digital Promise, explores what we expected of technology 25 years ago and what it has contributed to our present as well as what can bring us in the future.
El fin de la inocencia
“Me habíais prometido colonias en Marte. En vez de eso, lo que obtengo es Facebook” Un decepcionado Buzz Aldrin se dirigía al lector desde la portada del MIT Technology Review [1] a finales de 2012 con esta frase, que resume la inesperada evolución de la tecnología desde los años 60 hasta la actualidad. El astronauta de la Misión Apolo XI, segunda persona en pisar la Luna y el más anciano de la docena de hombres que han caminado sobre la superficie de nuestro satélite, representa a una generación que experimentó el poder de la tecnología y soñó con grandes retos, desde colonizar el Sistema Solar a erradicar el hambre en el mundo. Si bien el primer alunizaje se llevó a cabo gracias a unos dispositivos tecnológicos que palidecen en comparación con la capacidad de procesamiento del chip del smartphone que llevamos hoy en día en el bolsillo, la hazaña que supuso el exitoso viaje espacial hacía plausible creer que la tecnología podría resolver cualquier problema en la Tierra y procurar un futuro mejor para toda la humanidad. El mundo podría conocer el fin del hambre, la pobreza y las guerras, como proponía Isaac Asimov en un relato publicado en 1950, The Evitable Conflict, en el que una red de ordenadores gestiona los recursos del planeta, dividido en cuatro grandes regiones [2]. En dicho relato, las luchas de poder, el egoísmo y la muy humana desconfianza hacia las máquinas ponen en peligro el plácido orden creado por los robots. En nuestro mundo, la misma Guerra Fría que había potenciado la carrera espacial dirige la atención de los gobiernos hacia otros intereses , de manera que progresivamente se va extinguiendo el interés por explorar otros planetas.
El último alunizaje tuvo lugar en 1972, pero ya entonces la tecnología se había hecho patente en otros ámbitos más mundanos. Los ordenadores dejan de ser las grandes máquinas que ocupan unos pocos centros de investigación en el mundo y pasan a concebirse como herramientas al alcance de un sector cada vez más amplio de la población. En los años 80 y principios de los 90, el potencial de los ordenadores personales y la red Internet trajo consigo nuevas promesas de un futuro mejor, más conectado y más rápido, gracias a los avances tecnológicos. La utopía tecnológica de los 60 se renueva en el ambiente de la contra-cultura californiana de los 80. Los ordenadores venían a liberar a las personas, como prometía el famoso anuncio de Apple en 1984 (“1984 no será como 1984 [la distopía imaginada por George Orwell]”), tanto a nivel de su trabajo como por medio de una lisérgica apertura de su mente: los ordenadores personales iban a ser “el LSD de los 90”, en palabras de Timothy Leary [3]. Esta renacida confianza en la tecnología se produce, por tanto, a un nivel diferente del que se dio en los años 60: los grandes cambios no los producen un reducido número de grandes y complejas máquinas que hacen del mundo un lugar mejor, sino que se producen en el propio individuo, en un cambio de conciencia y en el acceso a unas herramientas y recursos que hace unas décadas eran inimaginables. No se trata, por tanto, de vivir en otro planeta, sino de formar parte de una nueva sociedad marcada por las tecnologías de la información, los sistemas globales de comunicación y el transporte a gran velocidad de un punto a otro del planeta. En este contexto inicia su andadura Art Futura en 1990, participando en el circuito internacional de festivales en los que se exploran, año tras año, las principales innovaciones del encuentro entre arte, tecnología y sociedad. Nuevos temas se suceden rápidamente: Realidad Virtual, Cibercultura, Vida Artificial, Robótica, y por supuesto la acelerada evolución de Internet obligan a replantear constantemente la relación entre usuario y máquina, entre individuo y sociedad. La revolución digital promete cambiar el mundo, no por medio de los grandes y estratégicos pasos dados por la NASA, sino de una manera convulsa e impredecible. La reacción inicial es de entusiasmo. Se invierte de forma impulsiva en cualquier nueva empresa creada en la World Wide Web, generando una burbuja que explota incluso antes del cambio de siglo.
La primera gran decepción de la promesa digital, el pinchazo de la burbuja de las punto com a principios de 2000 no impide que la tecnología siga su curso, introduciéndose rápida e inexorablemente en todos los aspectos de la vida cotidiana. A lo largo de la última década, se ha hecho patente nuestra dependencia de las tecnologías digitales y la progresiva transformación de todo lo que hacemos, decimos y producimos en un incesante flujo de datos. Con todo, el futuro no es lo que se esperaba en los años 60: no nos desplazamos en coches voladores (ni tampoco en coches eléctricos), no somos atendidos por robots domésticos ni debemos temer (de momento) a una inteligencia artificial como la de HAL9000. No tenemos colonias en Marte, sino al Curiosity Rover de la NASA sumándose a la moda de los selfies [4]. Desde esta perspectiva, podría argumentarse que hemos pasado de buscar la grandeza a caer en la banalidad, como denuncia Bruce Gibney en What happened to the future?, manifiesto del grupo de inversores tecnológicos Founders Fund: “el capital de inversión ha dejado de financiar el futuro y se ha convertido en fuente de financiación de aplicaciones, aparatos y trastos irrelevantes.” [5] Las voces críticas con las promesas de la era digital son cada vez más numerosas, notablemente entre quienes han seguido su evolución a lo largo de las últimas décadas. La psicóloga Sherry Turkle, quien en 1984 consideraba que “la cuestión no es cómo será el ordenador en el futuro, sino ¿cómo seremos nosotros? ¿en qué tipo de personas nos estamos convirtiendo?” [6], concluye que los dispositivos digitales nos están moldeando, modificando la manera en que nos relacionamos con los demás, de manera que “buscamos en la tecnología maneras de crear relaciones y a la vez protegernos de ellas.” [7]. Jaron Lanier, uno de los pioneros en el desarrollo de la Realidad Virtual, advierte en su libro Who Owns the Future? [8] que el desarrollo de una economía basada en servicios gratuitos en Internet tenderá a reducir las perspectivas laborales de la clase media, a medida que los servidores de unas pocas empresas acumulan cada vez más datos y convierten a los usuarios en proveedores de información no remunerados. Las desigualdades que generará una economía basada en la riqueza de unos pocos a costa de los datos de la mayoría presentan un futuro desalentador, como lo hacen las palabras del astrofísico Stephen Hawking, quien recientemente alertaba que el desarrollo de la Inteligencia Artificial podría llevar a una tecnología que supere al ser humano en todos sus aspectos y llegue incluso a “desarrollar armas que ni siquiera podamos comprender.” [9] Las serviciales máquinas que aseguran la prosperidad del planeta en el relato de Asimov se han convertido en temibles centros de poder o, tal vez, en una amenaza para la humanidad.
Las voces críticas y las predicciones agoreras son, en definitiva, los indicadores de una primera madurez en nuestra relación con la tecnología digital. Ya no es posible ver esta relación con la inocencia que hace décadas llevó a formular las promesas de la era digital. Una mirada más experimentada nos permite comprender que es demasiado complejo predecir cómo será el futuro, y conduce a un análisis más prudente de las consecuencias que puede tener el uso actual de los dispositivos y servicios que tenemos a nuestro alcance. La irrupción de la tecnología digital ha producido profundos cambios, algunos claramente visibles y otros sutiles, unos negativos y otros significativos para muchas personas, comunidades y sociedades que han transformado su manera de trabajar, comunicarse, aprender, crear o compartir. Como, por ejemplo, los estudiantes que se están manifestando estos días en Hong Kong pidiendo más democracia. Gracias al uso de Firechat [10], una aplicación para móviles que permite enviar mensajes sin necesidad de conexión a Internet o a la red de telefonía móvil, los manifestantes pueden coordinarse sin ser bloqueados por el gobierno chino. Firechat permite crear una red de malla inalámbrica, y de esta manera establece un canal de comunicación que no puede ser controlado, algo que sin duda generará un nuevo pulso entre ciudadanos y gobiernos, consumidores y productores, usuarios y proveedores. El uso de una aplicación como Firechat supone una pequeña revolución, una transformación que se produce en un entorno saturado de banalidades, tendencias pasajeras, pérdida de libertades y de intimidad. En esta y otras transformaciones que introducirán las tecnologías digitales se podrá vislumbrar otro futuro, tal vez no utópico, pero ciertamente fascinante.
Pau Waelder
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Notas
[1] MIT Technology Review. Vol. 115, no. 3 (Nov./Dic. 2012). <http://www.technologyreview.com/magazine/2012/11/>
[2] Isaac Asimov, “The Evitable Conflict”, en Robot Visions. Nueva York: ROC, 1991.
[3] Citado por Charlie Gere en Digital Culture. Londres: Reaktion Books, 2002, 138.
[4] “Space selfie”, Wikipedia. <http://en.wikipedia.org/wiki/Space_selfie>
[5] “What happened to the future?”, Founders Fund. <http://www.foundersfund.com/the-future/>
[6] Sherry Turkle, The Second Self: Computers and the Human Spirit. Twentieth Anniversary Edition. Cambridge-Londres: MIT Press, 2005.
[7] Sherry Turkle, Alone Together: why we expect more from technology and less from each other. Nueva York: Basic Books, 2011.
[8] Jaron Lanier, Who Owns The Future?. Londres: Penguin Books, 2014.
[9] “Stephen Hawking: ‘Transcendence looks at the implications of artificial intelligence – but are we taking AI seriously enough?’”, The Independent, 1 de mayo de 2014. <http://www.independent.co.uk/news/science/stephen-hawking-transcendence-looks-at-the-implications-of-artificial-intelligence–but-are-we-taking-ai-seriously-enough-9313474.html>
[10] Firechat. <https://opengarden.com/firechat>
El fin de la inocencia
“Me habíais prometido colonias en Marte. En vez de eso, lo que obtengo es Facebook” Un decepcionado Buzz Aldrin se dirigía al lector desde la portada del MIT Technology Review [1] a finales de 2012 con esta frase, que resume la inesperada evolución de la tecnología desde los años 60 hasta la actualidad. El astronauta de la Misión Apolo XI, segunda persona en pisar la Luna y el más anciano de la docena de hombres que han caminado sobre la superficie de nuestro satélite, representa a una generación que experimentó el poder de la tecnología y soñó con grandes retos, desde colonizar el Sistema Solar a erradicar el hambre en el mundo. Si bien el primer alunizaje se llevó a cabo gracias a unos dispositivos tecnológicos que palidecen en comparación con la capacidad de procesamiento del chip del smartphone que llevamos hoy en día en el bolsillo, la hazaña que supuso el exitoso viaje espacial hacía plausible creer que la tecnología podría resolver cualquier problema en la Tierra y procurar un futuro mejor para toda la humanidad. El mundo podría conocer el fin del hambre, la pobreza y las guerras, como proponía Isaac Asimov en un relato publicado en 1950, The Evitable Conflict, en el que una red de ordenadores gestiona los recursos del planeta, dividido en cuatro grandes regiones [2]. En dicho relato, las luchas de poder, el egoísmo y la muy humana desconfianza hacia las máquinas ponen en peligro el plácido orden creado por los robots. En nuestro mundo, la misma Guerra Fría que había potenciado la carrera espacial dirige la atención de los gobiernos hacia otros intereses , de manera que progresivamente se va extinguiendo el interés por explorar otros planetas.
El último alunizaje tuvo lugar en 1972, pero ya entonces la tecnología se había hecho patente en otros ámbitos más mundanos. Los ordenadores dejan de ser las grandes máquinas que ocupan unos pocos centros de investigación en el mundo y pasan a concebirse como herramientas al alcance de un sector cada vez más amplio de la población. En los años 80 y principios de los 90, el potencial de los ordenadores personales y la red Internet trajo consigo nuevas promesas de un futuro mejor, más conectado y más rápido, gracias a los avances tecnológicos. La utopía tecnológica de los 60 se renueva en el ambiente de la contra-cultura californiana de los 80. Los ordenadores venían a liberar a las personas, como prometía el famoso anuncio de Apple en 1984 (“1984 no será como 1984 [la distopía imaginada por George Orwell]”), tanto a nivel de su trabajo como por medio de una lisérgica apertura de su mente: los ordenadores personales iban a ser “el LSD de los 90”, en palabras de Timothy Leary [3]. Esta renacida confianza en la tecnología se produce, por tanto, a un nivel diferente del que se dio en los años 60: los grandes cambios no los producen un reducido número de grandes y complejas máquinas que hacen del mundo un lugar mejor, sino que se producen en el propio individuo, en un cambio de conciencia y en el acceso a unas herramientas y recursos que hace unas décadas eran inimaginables. No se trata, por tanto, de vivir en otro planeta, sino de formar parte de una nueva sociedad marcada por las tecnologías de la información, los sistemas globales de comunicación y el transporte a gran velocidad de un punto a otro del planeta. En este contexto inicia su andadura Art Futura en 1990, participando en el circuito internacional de festivales en los que se exploran, año tras año, las principales innovaciones del encuentro entre arte, tecnología y sociedad. Nuevos temas se suceden rápidamente: Realidad Virtual, Cibercultura, Vida Artificial, Robótica, y por supuesto la acelerada evolución de Internet obligan a replantear constantemente la relación entre usuario y máquina, entre individuo y sociedad. La revolución digital promete cambiar el mundo, no por medio de los grandes y estratégicos pasos dados por la NASA, sino de una manera convulsa e impredecible. La reacción inicial es de entusiasmo. Se invierte de forma impulsiva en cualquier nueva empresa creada en la World Wide Web, generando una burbuja que explota incluso antes del cambio de siglo.
La primera gran decepción de la promesa digital, el pinchazo de la burbuja de las punto com a principios de 2000 no impide que la tecnología siga su curso, introduciéndose rápida e inexorablemente en todos los aspectos de la vida cotidiana. A lo largo de la última década, se ha hecho patente nuestra dependencia de las tecnologías digitales y la progresiva transformación de todo lo que hacemos, decimos y producimos en un incesante flujo de datos. Con todo, el futuro no es lo que se esperaba en los años 60: no nos desplazamos en coches voladores (ni tampoco en coches eléctricos), no somos atendidos por robots domésticos ni debemos temer (de momento) a una inteligencia artificial como la de HAL9000. No tenemos colonias en Marte, sino al Curiosity Rover de la NASA sumándose a la moda de los selfies [4]. Desde esta perspectiva, podría argumentarse que hemos pasado de buscar la grandeza a caer en la banalidad, como denuncia Bruce Gibney en What happened to the future?, manifiesto del grupo de inversores tecnológicos Founders Fund: “el capital de inversión ha dejado de financiar el futuro y se ha convertido en fuente de financiación de aplicaciones, aparatos y trastos irrelevantes.” [5] Las voces críticas con las promesas de la era digital son cada vez más numerosas, notablemente entre quienes han seguido su evolución a lo largo de las últimas décadas. La psicóloga Sherry Turkle, quien en 1984 consideraba que “la cuestión no es cómo será el ordenador en el futuro, sino ¿cómo seremos nosotros? ¿en qué tipo de personas nos estamos convirtiendo?” [6], concluye que los dispositivos digitales nos están moldeando, modificando la manera en que nos relacionamos con los demás, de manera que “buscamos en la tecnología maneras de crear relaciones y a la vez protegernos de ellas.” [7]. Jaron Lanier, uno de los pioneros en el desarrollo de la Realidad Virtual, advierte en su libro Who Owns the Future? [8] que el desarrollo de una economía basada en servicios gratuitos en Internet tenderá a reducir las perspectivas laborales de la clase media, a medida que los servidores de unas pocas empresas acumulan cada vez más datos y convierten a los usuarios en proveedores de información no remunerados. Las desigualdades que generará una economía basada en la riqueza de unos pocos a costa de los datos de la mayoría presentan un futuro desalentador, como lo hacen las palabras del astrofísico Stephen Hawking, quien recientemente alertaba que el desarrollo de la Inteligencia Artificial podría llevar a una tecnología que supere al ser humano en todos sus aspectos y llegue incluso a “desarrollar armas que ni siquiera podamos comprender.” [9] Las serviciales máquinas que aseguran la prosperidad del planeta en el relato de Asimov se han convertido en temibles centros de poder o, tal vez, en una amenaza para la humanidad.
Las voces críticas y las predicciones agoreras son, en definitiva, los indicadores de una primera madurez en nuestra relación con la tecnología digital. Ya no es posible ver esta relación con la inocencia que hace décadas llevó a formular las promesas de la era digital. Una mirada más experimentada nos permite comprender que es demasiado complejo predecir cómo será el futuro, y conduce a un análisis más prudente de las consecuencias que puede tener el uso actual de los dispositivos y servicios que tenemos a nuestro alcance. La irrupción de la tecnología digital ha producido profundos cambios, algunos claramente visibles y otros sutiles, unos negativos y otros significativos para muchas personas, comunidades y sociedades que han transformado su manera de trabajar, comunicarse, aprender, crear o compartir. Como, por ejemplo, los estudiantes que se están manifestando estos días en Hong Kong pidiendo más democracia. Gracias al uso de Firechat [10], una aplicación para móviles que permite enviar mensajes sin necesidad de conexión a Internet o a la red de telefonía móvil, los manifestantes pueden coordinarse sin ser bloqueados por el gobierno chino. Firechat permite crear una red de malla inalámbrica, y de esta manera establece un canal de comunicación que no puede ser controlado, algo que sin duda generará un nuevo pulso entre ciudadanos y gobiernos, consumidores y productores, usuarios y proveedores. El uso de una aplicación como Firechat supone una pequeña revolución, una transformación que se produce en un entorno saturado de banalidades, tendencias pasajeras, pérdida de libertades y de intimidad. En esta y otras transformaciones que introducirán las tecnologías digitales se podrá vislumbrar otro futuro, tal vez no utópico, pero ciertamente fascinante.
Pau Waelder
——————————
Notas
[1] MIT Technology Review. Vol. 115, no. 3 (Nov./Dic. 2012). <http://www.technologyreview.com/magazine/2012/11/>
[2] Isaac Asimov, “The Evitable Conflict”, en Robot Visions. Nueva York: ROC, 1991.
[3] Citado por Charlie Gere en Digital Culture. Londres: Reaktion Books, 2002, 138.
[4] “Space selfie”, Wikipedia. <http://en.wikipedia.org/wiki/Space_selfie>
[5] “What happened to the future?”, Founders Fund. <http://www.foundersfund.com/the-future/>
[6] Sherry Turkle, The Second Self: Computers and the Human Spirit. Twentieth Anniversary Edition. Cambridge-Londres: MIT Press, 2005.
[7] Sherry Turkle, Alone Together: why we expect more from technology and less from each other. Nueva York: Basic Books, 2011.
[8] Jaron Lanier, Who Owns The Future?. Londres: Penguin Books, 2014.
[9] “Stephen Hawking: ‘Transcendence looks at the implications of artificial intelligence – but are we taking AI seriously enough?’”, The Independent, 1 de mayo de 2014. <http://www.independent.co.uk/news/science/stephen-hawking-transcendence-looks-at-the-implications-of-artificial-intelligence–but-are-we-taking-ai-seriously-enough-9313474.html>
[10] Firechat. <https://opengarden.com/firechat>